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¿Cuáles son las necesidades térmicas del lechón al nacer?
24 de mayo de 23 - Noticias
Las granjas están condicionadas por la calidad de sus instalaciones, así como por las características ambientales del lugar donde se encuentran. Estos factores indicien en gran medida en las condiciones de manejo, en el bienestar animal, en la producción final y, evidentemente, en la rentabilidad de la granja. En este sentido, es necesario disponer de sistemas que garanticen el máximo confort de los animales.
Desde que nacen hasta su llegada al destete, los lechones tienen unas exigencias térmicas importantes debido a la poca capacidad de respuesta de defensa ante intervalos y fluctuaciones térmicas del medio ambiente. El lechón recién nacido es especialmente sensible al frío y esta sensibilidad va en proporción directa con su peso al nacimiento. A menor peso, mayores son sus necesidades térmicas. La falta de un peso adecuado, la poca protección por falta de pelo o su escaso nivel de reservas energéticas condicionan que posteriormente al nacimiento se produzca una fuerte caída de la temperatura corporal, afectada en gran medida por la temperatura ambiente de la paridera.
El lechón al nacer no presenta un sistema piloso desarrollado y sus reservas alimenticias son limitadas. En el momento del nacimiento, la temperatura en el interior del útero materno es de 39ºC a 40ºC, pasando al nacer a una temperatura variable que dependerá de la estación climática del año. De esta manera, la curva térmica del lechón experimenta un fuerte descenso durante sus dos primeras horas de vida para recuperar en breve el nivel fisiológico de 39ºC por el consumo de sus reservas energéticas. Con ello, si no se instaura rápidamente un control de la temperatura ambiente, estas reservas se agotan, comprometiéndose el posterior desarrollo normal del crecimiento y la supervivencia del animal.
Un nido ayuda a los lechones a termorregularse correctamente. Foto: Rotecna.
Entonces, debemos crear un ambiente térmicamente adecuado, en el que el lechón se encuentre confortable, sin sensación de frío, pero fresco para que no sufra estrés por el calor. El confort térmico del lechón está en estrecha relación con la temperatura del aire y del suelo, así como la velocidad del aire que afecta a la rapidez con la que el calor del cuerpo se pierde por la convección y evaporación del aire que le rodea. El ambiente creado debe mantener la temperatura del cuerpo a la normalidad de 39ºC.
Bajo este contexto, debemos aplicar en la paridera sistemas de protección termoestables que eviten un descenso brusco de la temperatura corporal durante las primeras 24 horas de vida del lechón. En ausencia de sistemas de protección, como por ejemplo un nido o cubierta para lechones, el lechón no es capaz de termorregularse correctamente, no se alimenta adecuadamente y, en consecuencia, puede producirse una hipoglucemia que, junto con la disminución de calostro ingerido, podría facilitar una disminución de la inmunidad, con su consiguiente retraso en el crecimiento y mayores tasas de mortalidad. Pero aparte de los factores relaciones con el metabolismo y crecimiento, el lechón tenderá a buscar calor aproximándose a la madre con el peligro que esto supone.
La sensación de frío del lechón es consecuencia de un incremento excesivo del proceso de pérdida de calor corporal. La compensación se logra mediante un aumento de la quema de alimentos, específicamente para crear calor, y no como consecuencia metabólica del crecimiento normal. Este proceso lleva consigo un crecimiento más lento por la menor eficacia en la conversión del alimento, con la pérdida asociada de crecimiento graso y muscular. En dicho contexto, el factor frío en la granja debe ser considerado como la temperatura a la cual los cerdos van a desviar nutrientes del proceso normal para lograr un incremento térmico corporal.